lunes, 10 de marzo de 2025

Costumbres religiosas

 Costumbres religiosas 

La Corona de adviento 

Según la tradición victoriana, las familias confeccionaban una corona de Adviento y la colgaban en la sala familiar con una vela roja. Cada domingo del período de Adviento se añadía una nueva vela hasta completar las cuatro correspondientes a los cuatro domingos.

Los más jóvenes participaban en la elaboración de este adorno añadiendo cada día una estrella de papel dorado o plateado a la corona. Si los niños eran pequeños, la madre podía modificar la disposición de la corona para que pudieran colocar sus estrellas sin riesgo de quemarse o caerse al intentar alcanzarla.

A diferencia de la tradición navideña norteamericana, en la británica y europea era común que los niños participaran activamente en la celebración del Adviento. Para ello, las familias no solo lo permitían, sino que fomentaban su creatividad en la decoración. Los pequeños transformaban las coronas en verdaderos jardines, agregando piedras, ramitas, flores y figuritas de barro. Esta decoración infantil se realizaba día a día, recordando que el verdadero significado del Adviento era la preparación del corazón de la familia para el nacimiento del Niño Jesús.

San Nicolás y Santa Lucia  

Durante el Adviento, la celebración de los días de San Nicolás y Santa Lucía era otro momento especial de reunión familiar. Estas fechas representaban una oportunidad ideal para renovar los buenos deseos, fortalecer los lazos familiares y fomentar el espíritu de entrega y amor mutuo como preparación para la Navidad.

El día de San Nicolás, celebrado el 6 de diciembre, marcaba tradicionalmente el inicio de la época navideña. San Nicolás era conocido por su compasión, generosidad y dedicación a los más necesitados, lo que le valió el cariño de su comunidad. Gracias a él, quienes menos tenían nunca carecían de un plato de comida caliente, ropa de abrigo o algunas monedas para afrontar el invierno.

Según la leyenda, la noche del 5 de diciembre, víspera de su festividad, San Nicolás recorría las casas montado en un caballo blanco para llenar los corazones de los niños con buenos sentimientos en preparación para la Navidad. A aquellos que habían demostrado bondad a lo largo del año, les dejaba una pequeña recompensa en forma de golosinas, como chocolatinas, galletas o pastelitos.

Para recibirlo, los niños victorianos dejaban junto a la chimenea o en la puerta de casa comida para su caballo y un pequeño refrigerio para San Nicolás y su ayudante, Ruprecht, quien cargaba los sacos de dulces. Estos refrigerios solían incluir zanahorias y heno para el caballo, además de galletas y bebidas calientes para que Nicolás y Ruprecht pudieran soportar el frío y reunir fuerzas para su laboriosa noche.

Como dato curioso, las primeras representaciones de San Nicolás lo mostraban como un anciano de larga barba blanca, vestido con una túnica marrón y una capucha del mismo color adornada con una corona de muérdago. No llevaba aún la característica chaqueta y pantalón rojos ribeteados en piel blanca, ni el gorro de elfo que más tarde se popularizaría.

La celebración del día de Santa Lucía tenía su origen en la tradición escandinava y, aunque no era propiamente victoriana, algunas familias de ascendencia nórdica la conmemoraban el 13 de diciembre. En esta fecha, se realizaba una pequeña representación de la leyenda de la santa, quien, rodeada de un círculo de luz, llevaba alimento a las familias que sufrían la gran hambruna en Suecia.

En la mañana de Santa Lucía, la hija mayor de la familia se vestía con una túnica blanca y larga (generalmente un camisón) y adornaba su cabello con una corona de velas encendidas, simbolizando el resplandor de la santa. Los niños de la casa llevaban gorros cónicos decorados con estrellas, mientras que las niñas más pequeñas usaban bandas y fajines de un rojo vibrante.

Como parte de la tradición, la hermana mayor, seguida por los más pequeños en una especie de procesión improvisada, sorprendía a sus padres llevándoles un desayuno a la cama. Este gesto simbolizaba el agradecimiento por el amor y cuidado que recibían de ellos

El Yule log

Aunque hace tiempo que el tronco de Navidad dejó de ser parte de la tradición navideña británica, en su momento ocupó un lugar destacado en las chimeneas de los hogares ingleses, no solo como un simple adorno, sino como un objeto cargado de simbolismo casi mágico. Cada año, se celebraba una pequeña ceremonia para encenderlo en la chimenea, y se esperaba que ardiera sin cesar hasta la Fiesta de la Epifanía, el 6 de enero, conocida como la Noche de Reyes o Doceava Noche de Navidad. El tronco se adornaba con ramitas y hojas, y su origen se remonta a las antiguas tradiciones y supersticiones paganas de Europa central y oriental, vinculadas a la luz regeneradora del fuego, la protección del hogar y la magia de las cenizas. En muchos hogares, se guardaban las cenizas del tronco o se usaban para marcar las puertas, con la creencia de que ello ahuyentaba la mala suerte y las desgracias. En Francia, el Bûche de Noël es una reinterpretación de este tronco, aunque en lugar de madera, se trata de un delicioso pastel de chocolate relleno de nata o helado, una dulce tradición que resalta en los fríos inviernos.

El calcetín navideño

Antes de ser colgados cerca de la chimenea, muchos padres victorianos dejaban los calcetines, hechos de lana en colores vivos como rojo, verde o blanco, a los pies de la cama. Estaban cuidadosamente cerrados, de modo que los niños pudieran tocarlos cada día e intentar imaginar qué contenido guardaban. Esta tradición generaba gran expectación y emoción en los pequeños, llenando de alegría toda la casa.

Dentro de los calcetines, los regalos se presentaban cuidadosamente envueltos en papeles brillantes, con lazos y adornos. Los victorianos ponían tanto esmero en la presentación como en el contenido, ya que consideraban que el envoltorio era una muestra del esfuerzo y cariño con que se elegía el obsequio, reflejando el deseo de agradar al destinatario.

Para asegurar que los regalos fueran siempre acertados, los victorianos seguían una receta infalible: cuatro regalos, ni uno más ni uno menos. Estos debían incluir algo para comer (como una chocolatina o galletas), algo para leer (un cuento infantil, una novela o un libro de oraciones), algo para jugar (juguetes de hojalata, muñecos o juguetes de madera hechos por los propios padres, según el poder adquisitivo) y algo necesario (generalmente una prenda de ropa).

Los Christmas Crackers

Sin crackers, no hay Navidad. Así lo pensaban, desde la Reina Victoria, que disfrutaba como una niña con estos divertidos cilindros, hasta la actual monarca, Isabel II. Estos cilindros decorados con motivos navideños contenían pequeños regalos que salían disparados con un estallido cuando se tiraba de sus extremos.

Los crackers se abrían después del plato principal, mientras se esperaba el tradicional pudding de Navidad. La emoción del estallido de los crackers era indescriptible, y tanto niños como adultos se apresuraban a recoger los regalos que se esparcían por todo el comedor. En el momento en que los crackers estallaban, el ruido, los gritos y las risas se apoderaban del ambiente, y la formalidad que había presidido la cena hasta ese momento desaparecía de inmediato.

Cada cracker debía contener un pequeño juguete, sombreros de papel, matasuegras, silbatos y una predicción o deseo de fortuna. Las anfitrionas victorianas se aseguraban de que ningún niño se quedara sin su regalo, manteniendo obsequios de reserva para garantizar que todos pudieran disfrutar de la sorpresa navideña.

La fiesta del “¡Hasta nunca!”: el Good Riddance del 31 de diciembre

El último día del año estaba marcado por una serie de tradiciones que se reunían en un solo día lleno de festejos. A última hora de la tarde, la familia se reunía para una animada tea party, antes de la gran cena. Esta reunión, alejada de la formalidad de la etiqueta victoriana, reemplazaba el protocolo por sombreros de papel, confeti, serpentinas y una alegría desbordante.

Una de las principales razones de esta fiesta era permitir que los más pequeños celebraran el cambio de año, ya que a la medianoche, ellos ya estarían profundamente dormidos por el cansancio acumulado. Además, ninguna madre victoriana responsable dejaría que sus hijos permanecieran despiertos hasta tan tarde, por lo que esta celebración representaba casi como una despedida anticipada del año para los niños.

Antes de que el año llegara a su fin, las familias llev
aban a cabo una pequeña ceremonia de despedida. Cada miembro escribía, en un papel, todas las malas experiencias vividas durante el año, los sentimientos que deseaban alejar de su corazón, así como las malas acciones de las que se arrepentían profundamente. Luego, esos papeles se guardaban en una caja que se envolvía en papel negro y se ataba fuertemente con cordel, para asegurarse de que todo lo negativo quedara allí, sellado y sin posibilidad de regresar.

Una vez lista, la caja se arrojaba al fuego de la chimenea mientras se exclamaba con entusiasmo: "Good Riddance!" (¡Hasta nunca!). Alternativamente, también se podía enterrar la caja en el jardín o simplemente quemarla. Así, despojados de cualquier peso de remordimiento y con el corazón libre de arrepentimientos, tanto niños como adultos comenzaban el nuevo año llenos de esperanza y nuevos deseos.

A continuación, cada uno escribía una lista de propósitos y deseos para el próximo año, que guardaban en un diario o en la Biblia familiar. Una de las tradiciones de la víspera de Año Nuevo consistía en leer las listas de deseos del año anterior para ver cuántos se habían cumplido. Dado que la mayoría de los propósitos no se habían logrado, este momento se convertía en una ocasión de diversión, pues no cumplirlos no era motivo de drama, sino un recordatorio de que, al menos, la intención de cumplirlos era digna de elogio. Al final, todos los asistentes prometían cumplir su nueva lista de propósitos para el año que comenzaba.

Como cada año, La Casa Victoriana desea a todos sus seguidores y visitantes una Feliz y Victoriana Navidad, llena de amor y rodeada de los seres más queridos.




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